Luz Genital

Las Revelaciones de Lot

 
Lo primero que hiciste no fue marcharte bien lejos. Fue hurgarte la nariz hasta sacarte un moco seco. Lo miraste y lo lanzaste de la punta de tu dedo al espacio vacío que quedó entre los dos.
Atrás quedaron mis días de seminarista, las noches con Tannhäuser de Wagner, y tu culo aterciopelado de piel de durazno, el cual me convidabas a escondidas en la huerta del seminario, acurrucados transitamos muchas madrugadas entre los árboles de guayabas y los moscos.
Tu ausencia me refundió en el vacío, la putrefacta nostalgia me hizo ampararme con tu música, la de los Beatles, y las salas calientes de videochat en que me enseñaste a navegar como un intrépido teniente de fragata, con la verga dispuesta y ondeando. Masturbé otras mentes, conocí otras vaginas y apetencias, me disgregué en el deseo de los demás.
De mis lágrimas de pecador deseoso nació tu búsqueda, tu encuentro, la premonición de tu nuca blanca, de tu coño rojo, de mis dedos enredándose en tus labios de mantarraya, yde mi semen gravitando del escroto a tu boca, a tu culo, a tu alma.
Algunas veces, mientras te penetraba, sentía el oleaje de tu sangre formando un anillo alrededor de mi glande, un halo eléctrico que estrangulaba las venas de mi verga.
Eyacular era un puro instante, pero nos parecía perpetuo.
La sensación de drenar e irte llenado poco a poco, te enloquecía y aumentabas tus movimientos, hasta dejarme seco. Aún flota en mí el sonido de las fricciones de nuestras pieles, los gemidos engarzados, las sudoraciones filosas, pero en mi mente sólo había un muro de palabras aglutinadas.
Libra, Señor, el alma de tu siervo, como libraste a Lot de Sodoma y de las llamas del fuego.
En tu cuerpo, mi alma se disolvió, encontré el principio y el fin del mundo.Fuiste mi palabra cofre, mi símbolo proscrito y sagrado, para guardar todo lo que nunca quería perder.
Tu culo, tu bendito culo, es una revelación, mi corona de espinas, la cuerda del ahorcado. La hechura de tu esfínter se clava en el centro de mi mente, abriendo desde adentro con su rugosidad mi rostro, penetrándome y fundiéndose con todo lo que hay en mí. La sensación de su calor, su olor, aparecen en la hora más profunda de mi contrición. Otras veces, a la mitad de la eucaristía, asomabas, sedienta ante el altar; y sólo con husmear un poco el aire, sabía que tu ano estaba hambriento, que ansiaba dilatarse, implorar, contraerse.
Soy Lot, no quiero dejar Sodoma.
Hija, después de conocerte, mis masturbaciones del sábado por la noche no volvieron a ser lo que eran.
Recuerdo cómo el reflejo de la luna llena sobre las baldosas húmedas del jardín hacía que te descalzaras y así emprendieras tu caminata lunar. En tus movimientos de jaguar ibas desnudándote y devorando los complejos que aún me quedaban.
El remordimiento es un dolor que abría mi cuerpo en canal, ayunaba y oraba como redención a mi carnalidad, pero en el delirio de la inanición florecía el recuerdo de tu dedo anular, acariciando mi próstata, arremetiendo contra mi pureza.
Tus piernas, tus nalgas, tu espalda, el arándano de tus tetas, todo era una invitación a demoler los últimos granos de fe que había en mí.


MERLUZA
 
Como un personaje de Julio Torri, yo también me declaro mal actor de mis emociones. Expresar el amor es un hecho bastante grave, o cuando menos confuso para mí. Cuando era niño, veía que el amor era, más que inexplicable, inútil y asqueroso. El intercambio de baba, los abrazos, las palabras en diminutivo y demás ridiculeces de manera constante e infame, hacían que los enamorados me parecieran unos enfermos.
Ahora de adolescente viejo y tardío, encuentro el amor anárquico y subversivo, nunca es igual y no para todos es lo mismo. Sin embargo, genera una energía y una luz únicas en su hechura y trascendencia, culmina a veces en hijos o en suicidios, sólo por decir algo de lo poderoso y extremo que puede ser.
Mediante el amor es posible renacer y encontrar en el asombro otra manera de ver el mundo, se establecen los vasos comunicantes con otro humano, se genera empatía que de manera increíble y extraña irradia una necesidad también por sincronizarnos con esa persona.
Sé por experiencia propia el furor de su fuego. He dejado todo para correr a estar con mi contraparte, con mi otro humano, retozando y entregándonos a una cópula sin mancha, a un diálogo larguísimo de pieles, a sentir el mar en primavera, y a nadar en su mirada.
En la eucaristía de los cuerpos, el orgasmo es la parábola de la muerte y la resurrección. En un sentido profundo, ser correspondido en el amor no es tan importante como lo es fluir en la coincidencia lunar. La traslación del pensamiento al otro, a las estrellas resplandecientes del deseo. Sentir intensamente es la meta.
En el inicio de la relación amorosa, truena el relámpago de la espera, la adrenalina de los encuentros va lloviendo en el suave ritmo que los amantes destilan, que los endulza, los adormece, les oscurece un poco la vista para el viaje cotidiano al horror de la rutina simple y llana, donde se va minando el resplandor del amor.
La complicidad puede ser buen remedio pues permite que la singularidad de la persona siga latiendo sin perderse en el universo de la pareja.
También en el amor hay canapés, una delicia es el sexo casual y espontáneo, para algunos sería hacerlo sin posesión ni compromisos, libre y simple. Pero hay otros temperamentos que necesitan vestirse con tonalidades de amor de una cocción distinta, una transmutación tan ceremoniosa como disfrutable.
En el amor cabe todo, pues en esencia es un universo mental, que depende de la imaginación y la destreza para hacerlo volar. Es un misterio que no se revela tan fácil, se vive, estremece.
No obstante, la faena no siempre es sencilla, las emociones desbocadas arrastran en su vértigo temor, inseguridad, celos y pertenencias. El avasallamiento, al desnudarnos emocionalmente ante el otro, hace de la cotidianidad un encantamiento o una maldición para los amantes, donde el suave vino del hogar se vuelve pócima venenosa, y la exaltación con la que se aman después es la misma que los destruye.
El reto es vivir, prevalecer, experimentar, y el amor puede ser un desvanecimiento para fugarnos todos los días a la luz de las estrellas o al mismo infierno.
Quizá la palabra esté muy gastada y representa demasiadas historias. Es el fin del mundo y lo demás no importa.
Al amor lo llamare Merluza.
Es una palabra que me humedece la boca. Es como le digo a la vagina de ella, es perfecta para ceñirla y nombrar su sexo.
La merluza que nada en medio de tu follaje marrón, de hembra brava y pura, es acuática y saltarina, de un solo bocado engulle mi verga solitaria y triste. Me tritura, me traga, me desecha. Su dulce color me embriaga, la toco, la beso, se alarga, brilla, me hace soñar, vuelo hasta El Cairo entre dunas pulido por la arena.
En el sol descanso protegido entre sus labios.
Pero siempre termina escurriéndose de entre mis dedos, de mi boca, de mi sexo.
Como lo hace el amor que no es alimentado.
 
Alther

Soy un héroe del hastío, de una galaxia maniática y desquebrajada en el anonimato. El oleaje estelar me hizo nómada de los vacíos del alma. Para mí no hubo éxodo, ni tierra prometida o nirvana, sólo la dunas de la nada. He persistido por indolente.
Camino en círculos, siento mi rostro destruido por rémoras y basalto, palpo las cuencas de mis ojos, navego en la misma pesadilla aterciopelada y desprendida de años atrás.
Despierto y no sé quién soy, dudo de mi existencia y del mundo que me rodea. Respiro con lentitud y voy cerrando mi puño, invocando en mi memoria el calor y la orografía de tu mano ceñida a la mía.
Extraño tu mano porque es una línea del universo, un gramo puro de la vía láctea; renazco entre tus huesos blanquísimos y la suavidad de tus falanges. Las estrellas de tu piel son una cifra de bienaventuranzas. He visto en la palma de tu mano a una sirena sumergida en la madrugada, en su canto desesperado teje la sombra de las palabras, hilvanando plegarias, augurios de días pasados y de los que están por venir, del inmortal verano y del distinto agosto, del eterno retorno.
Tu mano como yegua desbocada por mi sexo, asfixiando en su galopar al cíclope, hasta que estalle en una vía láctea que se funde en la vía láctea de tus manos.
Ahora tu mano gira y se aventura con sus exaltados dedos en busca del placer en mi entraña, haciéndome tu cómplice en lo profundo, en lo oscuro de tu placer.
Tu tacto me convierte en el gato que se eriza, entra en brama y se desvanece en tus venas, me diluyo en los ríos salvajes de tu sangre y compruebas que estamos invadidos por esa luminiscencia que hace que los profetas hablen en lenguas y sean tentados por el furor lascivo de la vida terrena.
En cada uno de tus dedos encuentro un camino, quizá el sosiego de construir los días, quizá el que va al mar, el que trabaja por todos los demás, tal vez el de la locura y el que señala la ruta del viaje.
A tientas tu mano se ha vuelto piel adentro en otras pieles interiores, en la búsqueda de la luz genital.
CUATRO INSTANTÁNEAS DE MARIANA

Mariana siente el azul turquesa como un beso instantáneo en su cuerpo, un beso total, un beso de labios azules que tocan toda su piel, un beso que perdura incluso cuando el agua de la regadera escurre azul por su cuello, su espalda, sus nalgas y sus piernas. Más tarde, al dormir, su piel recordará aún las sensaciones azules como besos diminutos, como si estuviera desnuda en un mar de aguas ingrávidas cuyo oleaje tuviese la caricia de un velo de seda. Ahora sale de la regadera y, mientras se viste, se recuerda con el cuerpo cubierto de pintura, se imagina a sí misma, frente a la cámara fotográfica, y ríe, ríe de gusto y siente la tibieza fantasma de otro cuerpo ceñido al suyo. Le gustaría caminar así por las calles del centro histórico, bajo un sol dorado del medio día, sólo cubierta por ese beso azul y absoluto.

La habitación era amplia, con muros blancos e intachables, la gaveta de acero inoxidable le daba un air
e de seriedad que atemperaba un armario de maderas rojas. No recuerdo la hora exacta pero la luz se regodeaba en unos ventanales rematados en arco. La claridad estaba aderezada por partículas de azafrán y aceite de oliva. La atmósfera se impregnaba de un color mediterráneo, que se entreveraba con el olor de la albaca, el romero, la canela, el ajo, la vainilla, el anís y el laurel. Sin embargo este laberinto de luz fragante se deslucía ante tus ojos arabescos, ante tu mirada felina al acecho del deseo. Y no hay más que mirar ese sortilegio de cabello profundo y oscuro que presagia otras intimidades y latitudes aún más húmedas y táctiles.

Desde su vitrina, una langosta sigue atenta tus pasos, no sabe que en su honor realizas ese rito de fuego y especias. Indiferente, tarareas una canción de Kiss, tal vez “Under the rose”. Tu actitud desfachatada e insolente te protege de la “turba de nocturnas aves”. Tus blancos movimientos ritman con los chorros verdes, rojos y amarillos de las provisiones de la cocina. Entregada como una sacerdotiza, ya no esperas a nadie, eres dueña de tu cuerpo, domadora del relámpago de tus orgasmos. Tu mirada vibra e irradia deseo. Estás en comunión con la luz y el tiempo, pura, y transmigrando la savia de tu cuerpo para siempre.

Tu vida empieza con las pulsaciones de la noche. Mujer lunar, tu aroma fluye lento, como ese animal húmedo y salvaje que se desmenuza entre tu piel y los átomos del placer. “Tocarte es un viaje hacia la redención”, recuerdas que alguien te dijo, pero no te lo tomas muy en serio y ríes dulcemente. Tu risa es una perla que tu alma nos prodiga desde ultramar. Te diviertes dejando al mundo detrás, sobre todo cuando te ocultas en el sabor de una cereza. Quizá porque llevas el mar en tu nombre, te he soñado como una mantarraya nadando en un silencio mercurial, un silencio de luminosidades de turquesa ceñido a tu cuerpo.

CULOS

Confieso que los domingos por la mañana iba a parques a fumar un dedito de marihuana y ya entusiasmado por la gravitación y la luz descubrí que me gustaban todos los culos de las mujeres.
Culos rotundos y carnosos, que desafían la gravedad y ciñen la mirada a la lujuria simple y llana.
Culos como continentes o como la mar, para que un avezado marinero bengalí los cruce.
Culos dorados como corazones perfectos, tan desafiantes como grupas de yeguas en celo.
Culos sagrados como hostias que nos dan la revelación de lo divino.
Culos que nos dan la gracia de recordar nuestro origen solar.
Culos que son una cifra del universo.
Culos que son la mesa de la felicidad sin adjetivos.
Culos que son un misterio que sólo se revela ante un iniciado.
Culos que son alimento para alcanzar la resurrección o la reencarnación.
Y hay culos pequeñitos y duros, fríos como de mono, o los que te caben en la palma de la mano, para guardarlos en el bolsillo, para un tentempié en plena cuaresma sexual.
O esos culos tan levantados y prominentes que parecen venir de una tienda de prótesis.
Culos negros, culos morenos, culos blancos como la nata, culos adolecentes tersos e inmaculados como una media naranja.
Culos tan apretados que parece que se necesita un taladro para penetrarlos.
Culos abiertos que te enseñan suavemente la miel que ofrecen a tu lengua, a tus dedos a tu verga.
Culos que marcan pantalones hasta reventarlos.
Culos que se asoman insinuantes bajo faldas vaporosas.
Culos para que monstruos se masturben y sueñen venirse para alcanzar un orgasmo y la libertad anhelada.
Culos caídos que aguardan secretas pasiones, que se desbordan en frenesí de historias que no pueden contar.
Culos como tumbas oscuras que son la premonición de tu final destino.
¿Qué culo llevas por el mundo sin saber qué destino preconiza?


Academia Aniquila poesía

¿Cómo se descubre el don literario? ¿Cómo se nos revela que estamos destinados a la literatura? Después de años de estar en la academia y convencido de que la musa nunca me visitaría, descubrí mi destino de poeta gracias a un hecho que en ese momento no me parecía poético. Un día Carlos me escribió, vía correo electrónico, que Tiberio, nuestro amigo de investigaciones teiboleras, había decidido salir del clóset. Echaba pestes, se sentía traicionado. Traté de hacerle comprender que cada quien hace de su culo un papalote, como dijo Henry Miller, pero al redactar el mensaje, de manera natural escribí estos versos:

Carlos, amigo, no condenes;
Tiberio es santo, no porfía
voraz en busca de mujeres,
dice que en damas no confía,
que baila sólo con los penes.

¿Qué mamada es ésta? Está peor que las chingaderas poéticas de los doctores en letras. Traté de reescribir el mensaje y, no sé por qué pinches góngoras y sorjuanas, se me impuso el siguiente textículo:

Tiberio desdeña, amigo Carlos,
a hermosas damas como yeguas
de nerviosa cadera y frente altiva.
¿Qué embrujo o vitamina le daremos
pa que el gusto por las damas recupere?
Doradas mozas de tan blancas no desea
ni morenas de ardiente cabellera, bebe
ron y olvida que las bellas lo desean,
bebe olvido anegado entre mujeres.

Me sentía ridículo. Me burlé siempre de mis colegas que imitaban las peores ocurrencias de Octavio Paz, y heme aquí con mis versos de anticuario. Por otra parte, ya mi mujer me había dicho varias veces que Tiberio era puto, y yo le contestaba que sólo era un güey metrosexual. Qué vieja tan cabrona, qué intuición. Y yo pensaba que me lo decía porque me quería poner el cuerno con él. Entonces no sé por qué me sentí encabronado y escribí los peores versos de esa noche:

De las ninfas no es consorte
ni perro de las perras, sano
de intestinos y de mente,
le gusta ser vegetariano.
A Puebla va por su camote
y ya piensa ser poblano,
que le encanta con virote
aunque le conviden por el ano.

Ya sereno, decidí que Tiberio seguiría siendo mi amigo, que la putería no estaba reñida con la amistad, y me propuse acompañarlo a comprar un kit básico de teibolera, pues estaba claro que por eso iba mucho a los tabledance: para inspirarse en el vestuario, no para analizar a las chicas. Y poseído por el demonio de la inspiración y ya sin dudar de mi vocación lírica, con insolencia quevediana acometí la siguiente octava real que no llegó a ser:

Con rojo vestido a la cadera
y en alta zapatilla de cristal
se sueña, y quiere cabellera
en rizos de oro a la cintura,
tanga rosa y liga de organdí.
Ancas de potranca envidia
y tetas de marfil —se sueña
digital y anal lógico despierta.

Aunque mis versos eran de errático andar y tan malos como los que se publican en internet, en ese momento decidí mandar al diablo la academia, pues, como se sabe, la gramática mata a la literatura. Poco después mi esposa también salió del clóset y se volvió traductora de libros de autoayuda para lesbianas reprimidas, hoy intercala otras lenguas en su vida, y en su féisbuc anuncia que publicará un libro de pornoterapia. La poesía no da para vivir, como ustedes saben, y ahora soy poeta, mesero y asesor de imagen de tiberios y de teiboleras.





LA CONDENA

“¡Pónganme el culo al aire!”, dije a las amigas de mi esposa. Las cuatro se colocaron en semicírculo, pararon el culo como si estuvieran hambrientas, y les apliqué la ruleta rusa.
Hace tiempo mi esposa me pidió permiso para realizar, los viernes en la tarde, reuniones con sus ex compañeras de preparatoria, con las que se emborrachaba un poco y hablaba de sus viejos galanes. Al principio me mantuve apartado, me disgustan los chismes y respeto las aventuras sexuales ajenas. Sin embargo, a veces las espiaba desde una rendija de la persiana. Paula tenía una piel blanca y unas nalgas prodigiosas, en forma de pera. Fabiola tenía unos labios mamadores y unos ojos negros y vacunos que, cuando me saludaba, hacían que la verga se me estremeciera. Ángela era alta y morena, de tetas perfectas y andar cachondo. Leticia era una mulata de formidables piernas, siempre usaba minifalda y siempre parecía andar en busca de la verga voladora. Alguna vez incluso me hice una chaqueta mientras veía las nalgas de Paula en un pantalón elástico, los senos de Ángela a punto de reventar los botones de la blusa y las piernas de Leticia que, al empinarse o al sentarse, dejaba ver sus calzones oscuros, aunque, como lo supe después, no usaba calzones.
Un día de reunión, mi mujer salió de improviso al norte del país. Su hermana le había llamado porque su madre había sufrido un accidente y estaba en el hospital. Me pidió que llamara a sus amigas para cancelar la cita, pero ese día yo andaba con una verga intrépida y desatada. Así que me la jugué no les llamé y salí a comprar bebidas y cosas para la comida. Al regresar preparé una mesa para cinco personas. Llegaron puntuales. Las saludé, las hice pasar, les serví unos buenos tragos y les dije que mi esposa estaba en Chihuahua y que no vendría en tres días. Al principio se desconcertaron, pero el alcohol las animó y al poco rato estábamos hablando de intimidades e infidelidades, ahí, sin querer confirmaron algunas sospechas que tenía sobre la ausente, omití cualquier comentario y continuamos con técnicas para lograr un mejor orgasmo y las mejores posiciones para el sexo anal. Leticia ya no cerraba las piernas cuando se sentaba y dejaba ver un negro y peludo monte de Venus. Ángela abrió dos botones de su blusa porque, según ella, hacía mucho calor. Paula meneaba el trasero como una yegua nerviosa, ponía música, iba a la cocina, nos servía vino, y siempre meneaba ese maravilloso culo con mucha sensualidad. Fabiola, con su risa cachonda y su vestido vaporoso, animaba la fiesta con sus chistes y albures. En eso, me preguntaron que cómo me llevaba con mi esposa. Y como sin duda ella les había contado todo, no pude mentir, así que les dije que le untaba un poco de miel en el coño y le acariciaba el clítoris con la lengua hasta que se venía; que la crema teatrical era un excelente lubricante cuando le hacía el sexo anal; que cuando ella se montaba en mí, yo le metía un pepino por el culo para que volara en dos vergas juntas; que ella había aprendido a meterse mi erección hasta la garganta y que incluso podía lamerme así los huevos; que cuando se la metía en su coñito, le elevaba sus tobillos hasta las orejas porque así, me decía, sentía la potencia de mi eyaculación. Ya estaban muy ebrias y con tan todo detalle de la faena hogareña, las puso muy calientes. De pronto, Leticia, que, creo era la más putita, agarró mi mano y la restregó contra su coño peludo, al tiempo que gemía con descaro. Sus labios vaginales chorreaban de baba y de inmediato le metí dos dedos mientras con el pulgar le acariciaba el clítoris. Fabiola y Ángela parecían muy escandalizadas y bebían nerviosamente de sus vasos. Paula, en cambio, reía divertida, se arrimó junto a mí y empezó a acariciarme la verga por encima del pantalón; cuando me di cuenta ella estaba ya mamándomela. Yo, a mi vez, me incliné y empecé a chuparle el coño a Leticia, era un coño jugoso y sabía a clara de huevo. Nos desvestimos. Paula se metía casi toda mi verga en la boca y Leticia me chupaba los huevos. En eso, caímos en la cuenta de que Fabiola y Ángela nos miraban con estupor y lujuria, y caímos sobre ellas, las desvestimos y empezamos a cachondearlas. Les metimos la lengua en sus coños babeantes y las hicimos gemir hasta el orgasmo. Luego Leticia me tumbó en el sofá, se montó en mí, agarró mi verga y se la hundió hasta los huevos. Me cabalgaba con furia, con el rostro descompuesto, los ojos en blanco y, justo cuando se iba a venir, gruñó de manera salvaje y me empapó la verga y los huevos con su orgasmo prolongado. La tumbé a un lado, me paré con la verga dura y llena de espuma, le di la vuelva a Paula contra la mesa, ella puso su prodigioso culo al aire, meneó sus nalgas de potranca y se la dejé ir hasta el fondo. Paula gemía como loca y yo le golpeaba con fuerza sus elásticas y blancas nalgas. Ella entonces empezó a bramar y a venirse y, al sentir su hirviente orgasmo, yo le eché varias andanadas de leche en su hermoso y profundo coño. Quedé exhausto y me senté en el sillón. Fabiola y Ángela se inclinaron sobre mí y me lamieron la verga y los huevos y se embarraron la cara de semen y orgasmo femenino. Tomé un trago y, como por un divino milagro, mi erección volvió gracias a las lenguas traviesas de Ángela y Fabiola. Recosté a Ángela, me monté sobre ella, agarré sus grandes y voludas tetas y metí mi verga entre ellas. Luego le levanté las piernas muy alto, hasta colocarle los tobillos cerca de la nuca, y le metí mi venoso miembro. Ángela dejó escapar un gemido de dolor pero yo le hundí la verga vengadora hasta que mis huevos empezaron a golpearle la base del coño. Sentí sus contracciones, ella me apretaba el tronco como ninguna mujer lo había hecho y, al venirse con un gemido bestial, sentí que su coño estrangulaba mi verga. Me separé, coloqué a Fabiola de a perrito y le hundí mi ciclope babeante hasta las entrañas. Ella abría la boca como si la punta le llegara hasta la garganta, le agarré la cabellera y jalé hacia atrás. Yo parecía un jinete domando a una yegua bruta. Le di tal cantidad de golpes con la pelvis que, cuando me bañó el miembro con el chorro caliente de su orgasmo, se le salieron gruesas lágrimas de placer y dolor. Saqué el pito, estaba hinchado, más largo y con una erección imbatible. Para entonces Leticia, Paula y Ángela se habían recuperado y se apiadaron de mi verga ansiosa e insatisfecha, le daban besitos, la chupaban, rodeaban el glande con la lengua, succionaban mis huevos. Y para que ninguna se quedara sin su ración, les dije que hiciéramos la ruleta rusa. Las cuatro se pararon y, en semicírculo, me mostraron sus culos, los menearon provocativamente, se inclinaron agarrándose las rodillas con las palmas. Cuatro pares de nalgas paradas estaban ante mi pene nudoso y duro. Agarré a Leticia por las caderas y se la metí, le di cinco arrimones, la saqué, se la encajé rápido a Ángela, le di sus cinco viajes, la saqué, se la dejé ir a Paula, le di sus cinco golpes, la saqué, se la metí a Fabiola, le encajé sus metidas, y otra vez a Paula y a Ángela y a Leticia, y seguí hasta que, sin poder evitarlo, le encajé a Leticia varios chorros de semen. Después descansamos un poco, nos fuimos a bañar. Cenamos y ellas regresaron a sus casas con sus maridos.
Yo desperté con la sensación del paraíso perdido y con la condena de que la esposa aun seguía ahí.

MANUELA

Sé que voy a morir totalmente enloquecido. Tengo el hígado destrozado y lo que había de dignidad en mí lo cambié por un litro de tequila. Sin embargo la noche es hermosa y, aunque no hay estrellas para guiarme, me entrego como uno más de sus hijos al vértigo.
Parece que soy el peor en lo mejor que hago, y eso que no me gusta hacer nada.
Los recuerdos no son para mí un aguacero en donde florezca la justicia poética y se perdone fácilmente. Los veré siempre como un estado ocre, oxidado, con olor a cañería y con el aspecto cremoso y caliente de la mierda de un borracho.
Qué párrafo tan cursi —me dije— pero he leído peores. Así que continué.
De ella sólo me quedan fotos de cuando tenía cabello, murió calva, sin pestañas ni cejas, despellejada por dentro. Lo único inmortal en ella fue su bigote. Resistió a depilaciones por cera, por rastrillo, a las oraciones al Señor de Chalma, e incluso al cáncer y a la quimioterapia.
La conocí poco, evitaba hablar con ella porque me masturbaba hasta el hastío con sus fotos. No poseía un culo de fábula ni una mirada inolvidable, creía en sus tetas, aunque nunca dieron señal alguna de existencia. Lo que hablara o pensara era lo último que podía interesarme. Lo que realmente me pudría era la idea de venirme en una moribunda. Ahora que está muerta, el asunto ha perdido interés. Ya no se me para.
Como todos, creo que mi primera chaqueta fue por un falso accidente. Desde un principio entendí que era un regalo divino y el único pesar era el no tener la fuerza y la piel resistente para jalarme el pito todo el día. Si estaba contento, chaquetita de orejas de conejo; melancólico, el paso de la muerte; en un día de hueva, con los calzones de mi mamá; si era verano, me envolvía el miembro con un jugoso bistec del congelador. En otoño, investigaba en la azotea la sensación del exhibicionista. Y en invierno, con la gallina que nos regaló mi abuelita.
Según yo, aprendí a coger a los doce años. Asistía la escuela en el turno vespertino, así que con un poco de cuidado y a escondidas, mi gallina y yo tomábamos el tren directo hacía el nirvana del medio día. Eran matinées deliciosas hasta que un buen día nos la comimos.
Luego, como todas las desgracias que vienen con la edad, tuve que fornicar con mujeres. Al principio era emocionante el juego del chaca-chaca, esa humedad circundante que va reptando a través de la piel, resquebrajando un poco la realidad, aunque no lo bastante como para evadirse del penetrante olor del sexo de una mujer. No obstante, los gemidos siempre me hicieron perder el equilibrio. Pero las mentiras que se dicen sobre la cama se derrumbaban al tercer día. Y como este no es el paraíso, a la mitad de mi dicha empezó a crecer el fruto extraño del desencanto.
Unas se quejaban porque les dabas por el ano, y otras porque no les dabas. Que si le chupas la colita eres un cerdo pero no dejes de hacerlo porque te mandan al carajo. Que si te tardas en venir es porque piensas en otra. Si te vienes rápido, eres un macho egoísta y culero que solo piensa en sí.
Irremediablemente les llegaba la idea peregrina de que abrirse de piernitas implicaba amor. Creo que por intercambiar un poco de fluidos, mentiras y ratos de ocio, no hay que soportar la histeria ajena, y mucho menos ese hediondo y babeante discurso acerca de la vida en pareja.
Dudo de la pasión, sólo son hormonas y ganas de coger.
Si el amor existe y no es costumbre, jamás volveré a pisar un gargajo.
Entonces deduje que era puto. Y en busca de la paz interior me acosté con hombres. De entrada, literalmente mande a la verga los besos, me raspaba su barba. Ellos eran igual de falsos que las mujeres, con la desventaja de que estos güeyes sólo tienen dos hoyos que lubricar y aquéllas tres. Además, en lo hondo de su corazoncito tenían la misma diarrea acerca de la vida en pareja, el amor y otras chingaderas.
Aprendí que no existe la gran verga, la verga vengadora. Quizás el mayor atributo sexual es el tacto, ante el cual, hasta el miembro más dotado se reduce a una víscera pequeña y sin gracia.
Decepcionado de mi putez regresé a mis viejos hábitos. Ahora vivo solo y soy el pariente lejano que todo mundo tiene. Hallé que los perros y bebés son excelentes mamadores, pero cuando estos escasean saco las viejas fotos.
He tratado de adiestrar a gatos para que con su lengua rasposa me laman el culo. Pero incluso cuando me unto manteca, a lo más que he llegado es a que me dejen las nalgas raspadas
Una vez mi lengua intrépida andaba en busca de panochas desconocidas y por azares de la tradición terminé en un burlesque de Garibaldi. A la mitad del espectáculo apareció el cómico en turno (en este caso el Chanate) y perplejo ante mi frenesí succionador, sólo atinó a calificarme públicamente como “el mamador solitario”. Todos reímos y algo dentro de mí se sintió mejor. Ni un profeta hebreo hubiera sido tan exacto.





LOURDES

Y como estar sentada era lo único que podías hacer para que no se te saliera la mierda, nada impidió que te batieras el fundillo.
Tal vez era un mal día, o quizá siempre habías tenido esa expresión. Tu mirada era tan negra y triste que hasta una vaca te tomaría en serio.
Seguías sentada envuelta en tu hedor, tratando de pensar que no era nada, que nunca pasa nada; sólo fue una mala mezcla de mole-ron y un poco de semen.
No te molestó la comida, ni que ya ebria le hubieras dado la chupada de su vida a un desconocido bajo la mesa. Mucho menos que tu novio la hiciera del idiota de la fiesta al preguntar angustiado a todos por ti. Lo que realmente te encabronó fue tener un esfínter tan guango y regresar sola en un camión a las nueve de la mañana.
Desde entonces, siempre que una mujer me impresiona, lo primero que pienso es en el color de su mierda. Me rasco los huevos, me huelo la mano, y sé que me podría enamorar.
Y es como dicen por ahí, que envejecemos todos los días, pero mucho más los domingos.





MARIA

Mosca perversa que nada a la mitad del cine, tu cuerpo me sepultó en el deseo con la arrogancia de un león marino.
Ya tus nalgas son continentes, y me miro navegante bengalí que en un delirio cruza de orilla a orilla con la estúpida esperanza de aún hallar zonas vírgenes. Insolente, pues, desafío cualquier viento y pronóstico anclándome en los arrecifes de tu ano ferruginoso.
Todo occidente conoce que tu halitosis te seguirá hasta la muerte y con suerte los braquets un poco menos. En la Bolsa se especula mucho acerca de aquel falso ginecólogo rojo que no perdía oportunidad para sellar y restaurar con su propio engrudo cualquier arista o curvatura que le pareciera anormal en tus entrañas.
Eres famosa también por no diferenciar entre amantes y abortos, que no es lo mismo pero funciona igual.
Quisiera exculparte de cualquier falla, pues bien conozco tu sentido metódico y riguroso de investigación, seguro recababas elementos para documentar aquel viejo refrán español de que un par de tetas jala más que mil carretas.
Recuerdo que quería tatuarme un aforismo de Cioran. Estaba de moda y me daba la seguridad de sentirme un maldito. Pero me hiciste desistir, al final tenías razón, era cursi y además no lo había entendido.
Me enseñaste que las niñas buenas cogen de día y que mienten sin piedad. Creo que fuiste la Ana Shygula de esta película mala y barata.
Cómo me hubiera gustado volver como Travis, aunque hubiera vuelto a la nada. De veras, cómo te extraño.




ELSA

Nació el hijo de Elsa, los que fuimos más que íntimos con ella lo vemos con morbo de quien ve a un perro muerto a la mitad de la calle.
La breve mujer de conciencia fugitiva y ojos extraviados que apenas hace un año juraba que era mil veces mejor abortar que tener un hijo, ha olvidado sus palabras, su apostolado de libre y loca.
Así que cuando veo ese rollo de carne y pelos pegado a su teta, amamantándose de lo que aún queda en los huesos de Elsa, no puedo más que sentir asco y una risa infinita.
Ella dice que siempre es mediodía en su vida. Que todo le ha llegado tarde a sus veintitrés años. Duerme en un cuarto más angosto que largo donde circula un tibio olor a leche agria y meados. Hay una veladora en la esquina de su ventana; creo que por vergüenza insiste en decir que es para la luna y no para Dios, a nadie le importa, pero ella siempre insiste.
En los días que despierta de su amorosa maternidad le da por desgreñarse y sacarle con pellizcos a su hijo sangre. Dice que ha intentado asfixiarlo, pero yo no le creo, sólo le gusta llamar la atención. Se engaña pensando que aún le queda algo de aurora de conductor suicida, sin embargo afirma que le es inconcebible que el vacío existencial ocurra en la mente de los imbéciles. Y cuando parece que todo le sale bien, dice que le va mal, así evita enfrentarse a un placer culpable.
David --confiado en que no diré nada-- se lamenta de que ya no haya castas porque, si las hubiera, Elsa seguramente sería una saltapatrás y su bastardillo algo peor todavía. Ante tamaña erudición, lo miro de reojo y me da comezón en la oreja izquierda. Cuando habla parece que es bañado por una luz de nostalgia y no respiro y lo escucho sin pensar.
“Qué días aquellos --dice-- en los que podías tener fe en las costumbres y en las normas, en la tranquilidad de que uno jamás haría amistad con un aborigen de estas tierras”.
No obstante, pasa un rato y también olvida sus palabras, disfruta apretando con sus gordas manos los bofos senos de Elsa. A ella le brota un poco de leche y a David parece que se le para la verga. Empiezo a sospechar quién es el padre del bebé.
Abatido por el aburrimiento, me largo pensando en lo que diría el cabo Felipe de su hermana, o de su otra hermana.






NANCY

En la habitación una serpiente me devora los dedos. ¿Te fijaste si no había chinches en la cama? No hago caso, me doy otro trago de tequila y me vuelvo a enterrar en el olor de tus orines.
Tu aliento quema mis ojos y me revuelve las entrañas. Con miedo trato de recordar quién eres y por qué estamos aquí. Toco tu cara como si jamás la hubiera visto. Vomito y de nuevo me duermo.
Despierto desnudo frente a un foco encendido al mediodía. Ahora quizá somos enemigos que no ejercen el oficio. La luz del sol asombrosamente cochina no hace más que trastabillar por todo el cuarto. Se descuelga la sensación de que el aire esta roto y es entonces que asumo perfectamente todo el rencor que aún provoco en ti.
Hay que canonizar a las putas escribía Sabines. Pobrecitas de las putas decía Leduc. Yo nunca bendije tu puetez, más bien la padecí
Son las tres de la tarde y nada es comparable a este nauseabundo calor. Sin tu fétida presencia reparo en insectos que inundan el lugar, está todo cubierto de polvo como si nuestro desierto interior se hubiera expandido.
Siento mi piel quebradiza, parece que me enjuague en un gargajo. M e arde la verga y no quiero pensar que eres un sueño que deja cicatriz.
Por el balcón miro esta ciudad enana, miles de azoteas con perros tristes como absurdos vigilantes de la nada. Llena de magníficos perdedores que aún encuentran cierta esperanza para levantarse todos los días y revolcarse con nuevos bríos en la miseria. Hay gatos devorados por ratas y ratas que se devoran a sí mismas. Estamos enfermos por este cielo que se derrumba de azufre. Creo que quien no enloquece lleva una vida horrible.

Sin mucho esfuerzo me masturbo pensando en el nudo que se forma en medio de las nalgas. ¿Será cierto lo que dicen los terroristas del Hezbolah, que sólo hay un ojo que lo ve todo, y ese ojo es el del culo?
¿Por qué siempre seremos destruidos por el tedio, la miseria, la mezquindad de la rutina y el fastidio de ser como los demás?
Ignoro por qué siempre me hago las mismas pendejas preguntas. Mejor me voy al baño a intentar echar una buena cagada. Si lo logro tal vez pueda morir sin remordimientos.
No lo logré, ahí será para la otra, además alguien tiene que acabarse lo que queda de tequila.





IRMA

Tus lisas y negras nalgas de mono fueron una suerte de guerra fría en el mes de enero. Con ansiedad levanté el vuelo hacia aquella noche en que no debimos salir juntos. Después del sexto caballito de tequila y media línea de coca, declaraste impune que querías ser una dama entre las damas con clase, o cuando menos una masajista de altos ejecutivos, o ya de perdida, la mulatita sabrosa de algún putero que estuviera en Barcelona.
Por lo mientras ya vas haciendo ahorros con tus prácticas de piruja . Dices que hay un puñal que te paga muy bien por hacer el papel de la novia cachonda ante su respetable parentela. Con náusea miro que la realidad es una caca seca y la mujer de mi vida no un poco más.
Mientras te penetraba, me decía: ¿dónde empieza el olvido? Después de un ensayado pujido tuyo, recordé que nunca me pediste algo. Te puse de a perrito y me dieron ganas de llorar por los días que pasamos en la escuela sin coger. Cuando al fin me vine en tu boca supe que había perdido un luminoso deseo en mi memoria.
Mas como no se cayeron las estrellas y no se abrió la tierra en dos, entendí que era una reverenda mamada aquello de que sólo los sueños y los deseos son inmortales.
Además sólo fue una e insípida cogida.






BIBIANA

Es un río la vergüenza de rodar como un gusano ante el despiadado filo de tu lucidez, y aunque soy una ruina babeante quisiera tener la espuma negra del veneno para ungirlo en tu piel de azalea.
Tus labios poseen la resina del vino que tal vez fue servido en las bodas de Caná.
Con tu visión panóptica has elegido el lugar exacto para cada semilla, cada sinuosidad, cada hojarasca. Este jardín fue cuidadosamente regado con esperma, y juraste olvidar las promesas de quienes te lo derramaron sin piedad.
Con una virtud clandestina puedes tocar la espina dorsal del universo y casualmente le has planteado un nuevo enigma a la Esfinge, pero el silencio desmiente su erudición.
Sin embargo, tu interior está lacerado. Las palabras fueron calles perdidas donde mis manos nunca pudieron hallar el rastro de alguno de tus abortos.
La noche se ha vuelto ya un ataúd que corona tu mirada seca y, amargo, sé que tu vientre no es más un fruto en el desierto.
Aunque tu clarividencia vio el destino de más de mil, no pudiste distinguir, en el momento crucial, el placer del desfiladero. Presumías de haber devorado el fuego del León de Babilonia pero nunca te percataste de que sólo eran las cenizas de una sombra.
Desesperada, una noche iniciaste el rito. Se pintó el signo en el muro izquierdo del templo, ebria hasta el delirio te movías entre chorros de alcohol y vísceras de perro. Con un ritmo hipnótico ofrecías la savia de tu sexo a quien te quisiera gozar, pero a nadie le interesó tomarte.
Te abandonó el aliento de la tierra. También lo que fue tu impulso animal, tu salvación, lo que en otro tiempo te dio ser. Y ya no lameré tu humeante orina que escurría generosa a la luz del invierno.
Ningún monzón hará nada de esta arena. Sólo espejismos ruines y guerreros de una batalla que jamás hubo serán tu compañía. De las esquirlas que se desprendieron de tu cabeza, guardé algunas --están a los pies de mi cama, por si despiertas.



NÉRIDA

En esta aridez no hay luna, sólo tú, que no eres luna, pero estás.
El sol ha quemado la neblina de los huesos y peinas tu cabello con las mentiras que te dije.
Me recuesto en la cama y me pregunto si aún estará húmedo tu coño, de cualquier manera ya no importa.





RAQUEL

Con tu voz amarilla decías que el amor sólo era el acuerdo tácito de dos miserables para lamerse las heridas. Yo lo creí siempre, y por eso nunca dejé de acariciarte el ano con la lengua.
No sé qué fue más hermoso, si tus huesos o tu pachequés desenfrenada. Recuerdo que brincábamos de azotea en azotea sólo para drogarnos sin fe y meternos los dedos por los ojos.
En una casa azul, donde había una maleza de huele de noche, siempre terminábamos tirados, absortos en el silencio y en la extrañeza del amanecer.
Alguna vez, cuando miraba fijamente la mugre de tus largas uñas quizá se me ocurrió destazarte. Rebanar tus nalgas hasta que empezaran a chorrear grasa, sentir el ritmo vacilante de tu sangre inundando todo. Penetrarte mientras exhalaras lo que restaba de ti.
¿Sabes?, podría haber sido peor. Quizá se me hubiera ocurrido casarme contigo.





MARIELENA

Me gusta el ruido de los helicópteros, las gordas feas y comer las bayas amarillas del carambolo. Es veintidós de mayo, la cola de la osa mayor, Alkaid, palpita en toda su blancura de enana blanca. Me siento acomplejado ante esta infame turba de estrellas.
Casi sin aliento he echado la última palada a la fosa del hijo recién nacido de esta mujer. Está sola y desesperada, me sacudo un poco la tierra de las manos y de un impulso la tomo. El primer calostro se chorrea por la piel de su pecho, me hinco para tratar de recogerlo con mi lengua. Al cabo sus tremendas ubres han quedado secas. Y vueltos animales copulamos en la tierra con lágrimas y con lo que nos queda de cuerpo.
Despertamos en un charco de lodo, salimos del panteón como imágenes de baba y salitre. De no ser por el penetrante tufo nadie se hubiera dado cuenta de que caminábamos entre los demás. Creo que nuestro ritual nocturno nos hizo animales callejeros y por lo tanto nos perdimos al paso de unas cuadras.
A veces cuando me rasuro miro en el espejo a esa mujer, su rostro vacío de muchísimos años me hace pensar en las momias que uno se coge por piedad al más allá.
Mi primer entierro fue el de mi tío, de él heredé el trabajo y un mapa estelar que con los años aprendí a usar.
Algunas veces vendo muertos célebres a los estudiantes. Y siempre desentierro a los recién nacidos, hurgo en su trasero para sacar el meconio. Lo compran las brujas de por aquí a buen precio, le otorgan un poder magistral a una caca amarilla y viscosa.
Alquilo mensualmente por una noche el panteón a unos ingenuos para que hagan su pic nic metafísico.
Generalmente sueño que soy un cazador de mosquitos. Los voy ensartando con una aguja hasta que son suficientes como para empezar a tejer estrellas, pero cuando ya voy a terminar despierto. Y tengo la idea de que mis sueños fueron muy duros, como de malaquita, entonces me miro con unos lentes que había inventado mi tío, porque él también tenía el mismo sueño --eran lentes con rayos X--, y asombrado miro mi cerebro abollado, y es cuando realmente despierto.





SUSANA

Olisquear a Susana era un placer, y no por el dulce aroma de putrefacción que adquiría su sangrado menstrual en verano. Era extraño que con cada aguacero se activaran sus glándulas. Glándulas de donde emanaba un profuso olor que me hacía agradable la lluvia y embriagadora la tarde.
Nunca he podido descifrar la razón de ese atípico olor, sólo me dedicaba a chapucear entre su pelo y los olanes de grasa que se ocultaban bajo su piel.
Es inexacto saber por qué, pese a todos sus esfuerzos, no pudo más que ser una gorda mediocre, y hasta en eso, tenía sus deficiencias.
Dirás que hablo como los resentidos que jamás cogieron con ella, o como los obsesionados que nunca se resignaron a perder sus tetotas a manos de otro copulador procaz. Pero me parece que sólo es el deseo simple de auto crueldad lo que me hace recordarla bajo una jacaranda hilando estupideces y, claro, yo a su lado creyendo cada una de ellas.
No sé si recuerdes la vez que tu madre nos mando por unos tacos. Compramos quince de cabeza y seis de tripa. Mientras los hacían nos comimos nueve de lengua. Después llegamos a tu cuarto, le diste un sorbo a la botella de tequila y quedaste disparatadamente dormida.
No te lo dije, pero esa noche metí entre tus tetas mi culo. Lamí tu panocha hasta el olvido y juré que eras la mujer fundamental en mi vida. Sin embargo, tú sólo roncabas. Y triste descubrí lo deforme de tus pezones, el mal gusto de tu ropa y lo apestoso de tu cola.
Mas no me voy a engañar, ir al cine contigo siempre fue una aventura. Creía que con el solo sonido de tu risa la esperanza existía.
Veneré tus labios como si fueran el paraíso. La raíz de tu sexo fue una catedral y tu sola presencia la carne viva de Dios.
Qué lástima que ahora sólo en mis pesadillas me hagas falta.



ROSA ICELA

Escucho el taconeo por la escalera, la pestilencia anuncia que otra vez vienes borracha. Es inútil buscar algo a las tres de la mañana en tu arenosa mirada. Enciendes un cigarro y finges que lloras. Desnuda te recuestas en la cama, abres tus piernas como quien destapa un refresco. No te das cuenta pero aún escurre semen de tu vulva.
No tengo ánimo para arrancarte de cuajo la cabeza y patearla hasta el fastidio. Me quedo inmóvil, alejado, observando como te quedas dormida mientras hablas. La única certeza que tengo es que tus mentiras siempre son las mismas. En tus hombros se notan marcas de dientes que, sin duda, te dieron mientras te poseían. Tu respiración es torpe, fragmentaria, es claro que estás agotada.
El silencio es un tiempo lento que solo es perturbado por el ruido que hacen las ratas en el techo. Estoy confuso y no se como desaparecerte. Ojalá te murieras sólo así, con pensarlo.
Sin embargo te miro como si hoy estuvieras espléndida. Estas tan intoxicada que no sientes cuando te meto la verga en el culo, quizá gruñes un poco al principio, pero no te importa demasiado. Jamás pensé qué el deseo, sometido por la humillación, podría llegar a ser un cíclope tocado por la melancolía.


MONA

No hay nada helicoidal que escape a la turbulencia que provoca tu aroma.
Tu sombra acurrucada en lo alto de la cama me hace pensar en tu santidad, tan clara y frenética como las cucarachas que viven en el fondo de la estufa.
Me gusta arrastrar tus recuerdos. Morder imágenes de cuartos de hotel donde nunca estuve contigo. ¿Cuánto semen habrás tragado ya? ¿Realmente fueron magníficos aquellos orgasmos etílicos, donde se confundía la espuma del espermaticida con la de la cerveza?
Creo que he contado quinientas veces los pliegues de tu ano y sigo preguntándome cuál es el punto que me ha hecho un adicto a tu carne.
Aunque hemos caminado juntos por la calle y a veces arribes a mis sueños, siempre te miro como a una desconocida, me gusta oírte hablar porque nunca entiendo nada, es mirar signos criptográficos en un muro de adobe. Sólo el sabor de tus secreciones me hace conjurar esa cómoda amnesia.
Mirando el pelo que te crece en las axilas, recuerdo que estoy perdido. Pienso luego que quizá eres tan agria como una abuela que se murió porque no podía cagar.







ADRIANA

Es siempre el cabo Felipe Vergara quien cuenta que con sus huevos hinchados y sudados es capaz de meter en cintura a cualquier feminista de tetas colgadas y pedos tristes. También presume que en tiempos de guerra cualquier hoyo es trinchera, y por lo tanto ha hecho hombres a muchos putos a fuerza de implacables vergazos. Dice que la hombría con sangre entra. Presume además de ser una especie de Folladorsaurio Rex. Pero Adriana se ríe, sabe que siempre ha sido un exagerado, que tiene la verga tan chiquita que ni siquiera se le nota cuando la tiene parada.
Es un hombre muy temerario con las niñas de menos de dieciséis años, les hecha la suerte, invoca y predice bajo la tenue gracia de algún santón inventado al momento. Aunque lee la mano, las convence de que el verdadero destino está escrito en las líneas del ojo del culo. E invariablemente termina leyéndoselos. Pero de su propia putez sólo habla mal, y para decir que él es la verga en patas. Aclara que por más meticulosa que sea la higiene a la hora de la cogida, siempre se hará un engrudo chicloso de semen y mierda que inundará todo de una hediondez incurable, y que por eso no es muy afecto a coger con putos. Sin embargo, todos pensamos que eso no es cierto. A veces se la pasa meses aislado en la profundidad de la selva cazando zapatistas o narcos.
Sin cantinas, ni cines, ni mujeres, así pues algo tendrán que hacer los soldados para divertirse. Dice que una vez su pelotón apañó a Marcos y que, de tanta cogida, lo dejaron desangrado por el culo. Supone que una bruja lo resucitó y por eso ahora tiene pesadillas con encapuchados.
¿Recuerdas al cabo Felipe Vergara arrodillado frente al sillón? Tú estabas con las piernas abiertas y con los calzones en la mano derecha, el cabo te lamía frenético la panocha y tu expresión era la de una Virgen en éxtasis. Yo me masturbaba mientras ustedes bramaban como gatos y a voz de cuello les gritaba porquerías. No era lo mejor del mundo, pero nos entreteníamos. Creo que estabas casi a punto del orgasmo cuando el cabo Felipe no soportó la baba promiscua de tu sexo y le dio por vomitar. Como el asco fue un relámpago, te dejó los restos de la cena y del tequila sobre los pies y los pelos del coño. Luego de un sólo salto te largaste.
Desde entonces no hemos sabido de ti. Por si te interesa, aún guardo tus calzones. Y esa vez, obvio, yo tampoco pude venirme.




LUPE

Hoy, que estamos en el día más importante de tu vida mortal, hago una oración a la gracia del Palo Mayombe. Ya estoy contando lo que tenemos que usar para el rito antes de que termine el miércoles de ceniza. Tu piel ha sido cuidadosamente estirada, sólo se le han hecho los cortes exactos para que escurra la grasa que atrae a las moscas.
Todos hemos besado el ojo del culo del sacerdote, y tu papá mezcla su semen con tu sangre para mojar las hostias. La luna está en cuarto creciente y es la época en que se encara a la órbita de Venus. Tu mamá se ha rasurado el coño porque hoy será violada por nuestra hermandad.
Mirando tus ojos encuentro la quietud, tan fría e innavegable como el Mar de los Sargazos. Parece imposible, pero después de tantos años llegamos al lugar donde querías. No sé si sea prudente agradecer el hecho de que, por ti, yo esté aquí. Es extraño recordar las veces que tenías que perseguirme para que yo viniera. En esos días sólo asistía por la devoción que me provocaban tus nalgas al mirarte caminar. Nunca tomé muy en serio aquello de guillotinar pollos y echarse la sangre caliente encima. En realidad, eso me provocaba una risita interna, y más cuando se ponían en trance, daban alaridos y bailaban luego como perros sarnosos. Pero como yo tenía la firme intención de endosar cada uno de los pedos que pudieras expeler, también yo le entraba al bailongo.
Lo chingón era cada campamento cósmico que hacíamos en los solsticios, cuando nos untábamos esa brea apestosa que nos ponía hasta la madre por tres días.
Quizá lo desagradable eran las orgías en el pasto, yo siempre terminaba raspado, lleno de piquetes de mosco y con un resfriado de antología.
Quién sabe cuándo empecé a creerme realmente esto del satanismo, dudo que haya sido alguna influencia cultural, es cierto que me el rock, tal vez fue por las drogas, o por las orgías, o porque no tenía otra cosa que hacer y tu culo me gustaba demasiado.
Y al final de cuentas, nunca aflojaste.



JULIETA

Cierro los ojos y siento que todo puede estar bien por hoy. Supongo que las semillas ya nunca las veré brotar. Al menos la maceta del balcón rompió el parabrisas de mi única y siniestra vecina.
Llevo una semana en la cama y sigo sudando como un taquero. Tengo los dedos amarillos y unas costras verdes en todo el cuerpo. Por la fiebre, no sé dónde estoy, si en un delirio, en un sueño, en una pesadilla, o en la realidad. Después de todo ¿a quién le puedo reclamar esté contagio? Pensé que nunca me acostumbraría a conciencia frenética del miedo. Ahora mis sueños transcurren por acantilados a la hora incierta del mediodía, camino entre órganos y cactos, no hay ninguna sombra, sólo polvo. Cansado me tumbo sobre una duna y espero no salir del sueño. Pero siempre regreso.
Toda la habitación está oscura, tampoco hay nadie y en la calle se escucha el rumor de una ciudad insomne. En la madrugada el latir de mi corazón se vuelve un sonido sin fondo, implacable, y tengo que hacer ruidos con la garganta para distraerme y no enloquecer del todo.
La gente que conocí se ha extraviado, cada vez me resulta más difícil recordarlas, y a algunas veces dudo de su existencia, tengo la sensación de que sólo las hallaré en cantinas y cabarets como porno-estrellas de fama limitada. .




SILVIA

La primera vez que sentí que iluminabas todo te invite a pasear. Nuestros pasos flotaron sobre la acera, caminábamos enfebrecidos por la marihuana y la cerveza.
A ella la perseguían voces. Yo le decía que a lo mejor eran vergas voladoras. Pero eso no le hacía gracia. Su hermano Agustín se la tiró cuando tenía nueve años --la amenazó con pegarle y romper sus juguetes por si lo delataba-- y esto no paró hasta que ella cumplió quince y mataron a Agustín en un atraco.
Odiaba a la gente, a los animales, los autos, y la ciudad. Salía conmigo porque yo pagaba las cuentas y nunca le preguntaba nada.
A veces la perseguían alucinaciones donde su hermano estaba agusanado y con la verga parada. Dice que eso no le asustaba, sino el hecho de saber que él estaba muerto y que jamás la volvería a encular.
Tal vez en un deseo maniático y triste encontró que la única salida era saltar de un puente, o lanzarse a las vías, o perderse en cualquier laberinto. En tres años nadie ha sabido de ella, tampoco nadie la ha extrañado.



NORMA


Recuerdo que tus manos negras tocaron mi nuca, mordí tu cadera y lentamente metí mi dedo entre tus nalgas. Ya me había venido en tu boca mientras reías.
De tu olor se desprendía la tarde en que cogimos por última vez y, adivinándolo, me tragué tu mierda y lloré un poco.
Eras una enana perfecta: tus ojos extraviados y tu cerebro convertido en un puro coño, eran el antídoto ideal contra ciertos amores desdichados.





DEYANIRA

Y aunque le faltaba un diente, era la mujer del poeta. La primera vez que habló con ella le dijo que había ido hasta las estrellas en su búsqueda. Ella se río y dijo que qué importaban las estrellas cuando se tiene el culo reventado. Al poeta le brillaron los ojos y supo que había hallado a su musa.
La verdad, no fue muy lejos a buscarla. La encontró a la vuelta de su casa tirada de borracha. Cuando llegó había dos grupos que la veían con promiscuo interés: tres teporochos arrugadísimos y dos perros jariosos. Sin asco la levantó y casi angélico se elevó con ella hasta la azotea. Piadosamente pensaba que con un buen baño y un condón metafísico podría redimir su alma. Y es que tenía como tres años que sólo cogía en su imaginación y con su mano.
Su ex mujer emigró hacia no peores vecindades con un taquero. (Un amigo, no menos piadoso que el poeta, le dijo a manera de consuelo que no se preocupara, que por carne ella no iba a sufrir.)
A pesar del maquillaje corroído, las medias rotas y un zapato puesto, en su mente se formó la imagen perfecta: morena en rojo.
Extrañado un poco, descubrió que la morena tenía una verga más grande que la suya. El poeta, temeroso a las nuevas experiencias pero caliente como buen poeta, se dejó meter el dedo gordo de la morena en rojo en el culo. Nomás para ir empezando.
La morena en rojo le contaba con mucha flojera su vida y lo hacía sólo porque estaba crudísima y con ganas de un tequila. Que a los dieciséis años se llamaba Sergio. Que con los cuates de la escuela se embriagaba y ya borracho les proponía jugar a las puñetas. Y para que vieran que la cosa era en serio, él se hacía la primera, y si los otros no podían él les ayudaba en buena onda. Siempre lo madreaban. Se quedó sin amigos y sin escuela.
También que lo único que recordaba de su madre eran los azotes y su bolera frase ¿me estás oyendo, inútil? Que anduvo un tiempo en la borrachera. Que cuando lo apandaron los de salubridad en la casa cuatro de Cuemanco, ahí lo hicieron mujer. Tenía mucho que no se bañaba y por la boca le asomaba una flema verde. Aquella vez, en su borrachera de pvc, no pudo decir nada y del susto se cagó parado frente a todos. Ahí lo bañaron a manguerazos, lo raparon y le dieron su primera madriza curativa. No obstante, lo refundieron en el pabellón de los incurables. Apenas apagaron las luces y pese a todos los somníferos, lo empezaron a acariciar unas manos dulces. Él se dejó hacer. Sintió bonito cuando le tiraron de las piernas y como treinta locos le metieron la verga. Otros más se vinieron en él. Debido al desmadre bautismal, vinieron los loqueros a repetir la dosis curativa. Pero él ya había hallado su destino.
Sobra decir que junto a tan magnífica musa, el poeta escribió los versos más tristes esa noche.





PATY

A los mediocres fácil se les olvida, me dijo tu madre después de que te regresé a su casa. Los últimos días que vivimos juntos, sentía que tú y Dios no tenían mejor lugar donde cagar más que sobre mí. Esa noche, con lo único que me restaba de ti, me empierné con la puta de tu hermana y nos dimos el lujo de no tener memoria.
En la casa está tu foto de cabeza y cualquiera que llegue, como primer acto de respeto, la tiene que escupir. El saludo no fue invención mía, agradécelo a tu hermana y al fraternal odio que siente por ti. Tal vez por eso no fue difícil empezar a picarle el fundillo. Todo ocurrió por el bautizo de tu sobrino Jorgito que, a sus dieciséis años, iba a ser gente. Tú, como siempre, habías ido a reclamar no sé qué tantas cosas al fotógrafo y al sacristán. Después del Evangelio, al tomar asiento, a tu engreída hermana se le botó un pedísimo y yo, como el único pariente piadoso, guardé la compostura. Pero la demás gente no, así que la llevé afuera para que le diera un poco aire. Lloraba de vergüenza, metida en su ajustado traje negro, con sus nalgas perfectas, un talle elegante y un top lo bastante exacto para dejar en claro quién era la de las chichotas en la iglesia. Lástima que tuviera en su contra una serie de gases intestinales tan apestosos como su pinche madre. No cruzamos palabra alguna.
En la madrugada, cuando ya la fiesta era francamente una borrachera de salvajes y a todos les daba por sincerarse, nadie notó que nuestros pasos de baile fueron a dar al taller de carpintería. Tú, como siempre, discutías, pero ahora con tu madre, ambas estaban ebrias y más tercas que nunca. Tus hermanos y demás invitados contaban sus aventuras de cuando salvaron al mundo. Los chavos en la calle lanzaban piedras a quien pasara. Así pues, entre el aserrín, la culpa y un penetrante olor a thiner, nos dimos a la tarea de coger sólo para vengarnos de ti. El primer palito, junto con un pedito, salió por susto, los demás por gusto.
Al final decidimos que eras una negra que se para mucho el culo.
Cuando me da nostalgia de ti, le hablo, nos vemos en vapor, tomamos cerveza con tequila, me cuenta las chingaderas que le haces al tipo con el que ahora vives. Cogemos sin gran emoción, sólo por no dejar. Lo más divertido es el juego de quién te pone el apodo más denigrante. Y, lo sabes, nunca podré ganarle a tu hermana.



MARITZA

Ahora los zapatistas caminan por la amplia avenida. La esquina palpita con el solo roce de los hoyuelos de tus nalgas y me siento el más hombre de los putos o el hombre más puto, de cualquier manera los zapatistas ya están conspirando, sacan sus metralletas de madera y elevan plegarias por los hombres verdaderos, después empiezan a comer tacos al pastor, de esos de tres por un peso.
Tus ojos han sido faros que me han salvado de la más espesa pachequés, relampaguean como jamás los había visto y los zapatistas diarreicos pasan del negro al rojo al blanco al verde etcétera.
Te aprieto el coño y siento el dulce vértigo de tu baba caliente. Extraña sensación de tener el mar entre tus dedos, pero el alma de los zapatistas flota en el aire de la ciudad, se integra en un frente común, junto con los imecas de ozono, la mierda de los perros, las nubes de azufre y demás tianguistas. Y ahora que meto mi verga en tu axila parece que también vas a morirte de risa.



INSOLENTE

Has llenado mi casa con tus caderas y extraños presentimientos a cerca del helado de yogurt y el color morado. Aunque te desagrade mi cara, mires ladrones donde no hay y te dé por orinar como una maldita desesperada, has hecho de mis mañanas una materia más blanda.
Miro a mis padres y me parecen menos siniestros y hasta tengo ya un lugar para los tontos días. A mis reclamos eres una sorda, te burlas y lames las sobras de mi cuerpo: cualquier argumento se deshace en tu saliva.
Te he visto feliz y desnuda bailando sobre la cabeza de un elefante, saltar a una cama de víboras y calificar pruebas de adolescentes. No es necesario explicar el porque de tu vocación animal.
A la mitad de el labio izquierdo de tu sexo hay un lunar, de ahí he bebido la sangre de tu menstruación con el fervor de un santo que comulga con Dios.
Y sin embargo esta sed de lejanía, ese sucio sentimiento de permanecer hermético. Miro las piedras como espejos y detrás de tus ojos se quiebra un aullido. Somos pasajeros de una noche en que la culpa como la caída es permanente y ridícula. Una luz quebrantada exalta la pupila y tu paladar pastoso solo habla de escombros.
La línea de tu veneno ha marcado la distancia No tenemos nada en común y las personas que te conocen solo se quejan de ti.
Porque no quiero verte más, he cambiado la cerradura. Sólo tu cabello penetra en mi sueño como un oleaje de cerveza.
Forjo un cigarro y me arranco la lengua.



GEORGINA

De qué sirvió que al fin hubieras terminado tu diplomado en psicosociología, si tu marido es un alcohólico que no te baja de india puta y pendeja.
Tus dos hijas están creciendo como el zacate de los lotes baldíos: entre mierda, ratas, y escombros.
Quizá alguna vez fuiste hermana de Tomás, el preso más puto del reclusorio Norte y que murió cuando fue enculado por un ex procurador de verga descomunal. Quizá también aún a los doce años jugábamos a las escondidas pero nunca nos hallaban. Sí, yo metía la mano en tus calzones de patitos y encontraba una rajadita chistosa y lampiña. Te gustaban los ratones y ponerte aretes de plástico. Eras flaquísima, con ojos aceitunados y sonrisa de yegua.
Jugando a las mordidas terminamos llorando y desnudos en tu cama, ya te había dado un derechazo cuando tu respondiste con un patadón a los güevos. Adoloridos, empezó el cachondeo. Más que besarnos creo que nos lamíamos como gatos. Yo sólo puse mi pinguita entre tus muslos y tú asumiste que eso era coger.
Como realmente no sentimos algo extraordinario, optamos por sólo jugar a los madrazos. Ese día, creo que Dios no fue a trabajar.




RITA

¿Sabes cómo viniste al mundo? ¿Has visto a tus padres coger?
La palabra encular gotea de tus labios como la orina. No me importa tu mirada de perra apaleada, ni tus cuarenta años, ni tus manías y mucho menos tu vientre de madre de tres niños. Sólo quiero meter mi verga torpe y gorda entre tus nalgas y olvidar quiénes y qué somos.
Me gusta verte caminar a gatas alrededor de la cama, mirar cómo se zangolotea toda la grasa de tu carne. También me gusta escucharte cagar y sentir cómo se te frunce el esfínter anal en torno a mi lengua.
Tus axilas sudan una mezcla de asco y dolor, desesperanzada dejas que me eche en tu panza y juguetee con tus enormes y negros pezones. Tienes un coño gigante, siempre que lo chupo tengo la sensación de que me va a tragar.
En todo el puerto no creo que haya una casa más ruinosa y sucia, siempre hace calor y apesta. Tus hijos juegan desnudos en la playa mientras vendes chingaderas a los turistas. No te gusta beber pero parece que siempre andas borracha.
Todo es un miserable carajo, yo sólo vengo a verte porque me das de comer, y tú lo haces sólo porque no tienes quien te coja.





GISELA

En la primavera de l996 todo era un discurso que llevaba hacia la nada. Mi cuarto estaba con docenas de botellas de tequila vacías y lleno de condones podridos de semen. Fue el último rito masturbatorio que invoque para tratar de retenerte.
Sin embargo.
Lo sospechaba, pero el colmo fue descubrirte con mi rival en amores. Eso de ser cambiado por un perro pequinés, que al parecer me sobrepasa en talento para ejercer ciertas actividades lingüísticas, podría haber sido suficiente. Pero no fue así.
Acostumbrado a tus marranadas solo me dio por reír y tratar de olvidarte. Esa noche nos embriagamos, tus reclamos los de siempre, que a mi nunca se me para y cuando se me para es solo para puras vergüenzas. Y yo alejado, sordo, observando desde mi vaso vacío, como si mirara a una cucaracha gigante.
Caminé, era un lunes de burdel, tan desabrido que hasta las putas lo único que podían musitar era una fría frase de panadero: ¿Que no vas a querer tu pay con pelos?